Perdí
las apuestas en la casa de juegos de tu cama
y
ahora soy un vagabundo
atado
a unas sábanas que respiran miedo
coleccionando
balas
en
la ruleta rusa de las dudas.
Dejaré
de hablar sin vértigo
cuando
pueda contarte las pecas
pecando
posibilidades entre tus escalones.
A
veces, trato de aferrarme a mi propia guerra
con
el miedo de volver a respirar,
entre
pisadas,
la
tierra que mezclaba mitades
al
querer mirarte cerrando las ventanas,
los
ojos,
y
las ganas.
El
hielo sigue deshaciéndose
en
el hueco milimétricamente perfecto
por
el que me hundo;
hecho
a tu medida:
metro
setenta de excusas
para
nadar lineas de rima con tu coño en medio,
entre
miedo,
sin
ningún febrero midiendo tus medias medidas
en
la mitad de la vida y media
que
quise medirte,
sin
regla
ni
tiempo.
Un
camino de rosas
girando
entorno a tu risa,
tus
rectas:
mi
órbita;
a
modo de nostalgia acumulada:
protagonista
en la novela
con
la ausencia de un abismo sin suicidio,
banda
sonora de todas las películas
que
nos montamos.
Así,
paseé
por mis derrotas,
o
tus inviernos,
no
suelo distinguirlos;
y
poco a poco,
como
si pudiera deletrearte pesadillas
de
un otoño sin escrúpulo,
aparecí
en cada instante
en
que obligaste a vestirse de gala la esperanza
y
por arte de magia,
tú
seguías ahí,
bebiendo
la suerte sin azúcar y con hielo,
sí,
el
mismo que se deshacía
entre
el hueco de tus medidas
por
el que nos hundíamos.